sexta-feira, 19 de dezembro de 2008

EL PELIGRO DEL LEGALISMO

Experiencia subsiguiente a la Asamblea de Minneapolis de 1888
El peligro del legalismo. Énfasis en la libertad religiosa.
(MS 30, 1889. The EGW 1888 Materials, p. 352-380)

Cuando llegamos a Battle Creek comprobamos que algunos de nuestros hermanos y hermanas se nos habían adelantado mediante cartas enviadas desde la Asamblea, que tenían un carácter similar al que tuvimos que enfrentar allá, poniendo en evidencia que los que hicieron tales informes no recibieron en aquel encuentro el beneficio que el Señor había previsto para ellos. También hubo cierto número de delegados que regresaron a Battle Creek antes que nosotros, y que se apresuraron a informar del encuentro de Minneapolis, dando su propia versión incorrecta del asunto, que era desfavorable a los hermanos A.T. Jones y E.J. Waggoner, W.C. White y a mí misma, así como a la obra que me había visto compelida a hacer en ese encuentro. Algunos que no me habían visto desde la Asamblea de la Asociación General en Oakland, California, me trataron casi como a una desconocida.

Sé que la misma obra que había leudado el campamento en Minneapolis no había permanecido confinada a ese lugar sino que se había extendido hasta Battle Creek mediante cartas escritas desde Minneapolis, así como por los informes verbales de aquellos que nos precedieron de regreso a Battle Creek. Llevaron al pastor Butler informes que no eran correctos ni fieles. Los que llevaban esos informes estaban engañados por el enemigo, y a su vez estaban engañando al pastor Butler, dando una interpretación errónea a muchas cosas. En su precaria condición de salud, éste aceptó todo como cierto y verdadero, y actuó en consecuencia. No solicitó entrevistarse conmigo ni me vino a llamar, a pesar de haber pasado varias veces casi rozando la puerta tras la que yo me alojaba. No me preguntó si eran ciertas las afirmaciones que se le trajeron, sino que aceptó todo lo que torpemente se le había referido. Aquellos que dejaron esas impresiones en su mente enferma, ¿serán tan celosos en borrarlas como lo fueron en suscitarlas? Respondan eso a Dios, porque tendrán que hacerle frente en el juicio y responder allí.

Me reuní con los hermanos en [la iglesia de] el tabernáculo, y sentí que era allí mi deber relatar una breve historia de la reunión y de mi experiencia en Minneapolis, el curso de acción que seguí y el porqué, y expuse claramente cuál fue el espíritu que prevaleció en esa reunión. Les expliqué la posición que fui compelida a tomar en esa reunión, que no armonizaba con la de mis hermanos, y los esfuerzos que allí hice con hermanos escogidos para convencerles de que no se estaban moviendo en el consejo de Dios, que el Señor no iba a aprobar un espíritu tal como el que prevaleció en ese encuentro.

Les hablé de la difícil posición en la que se me había puesto, teniendo que mantenerme sola, por así decirlo, y me vi compelida a reprobar el mal espíritu que fue un poder controlador en esa reunión. La sospecha y los celos, las suposiciones malévolas, la resistencia al Espíritu de Dios que les estaba suplicando, estaban en la línea del trato que recibieron los Reformadores. Eran como los manifestados por la iglesia que trató a la familia de mis padres y a ocho de nosotros –toda la familia que vivía en Portland, Maine– excluyéndonos de la membresía, debido a que estábamos a favor del mensaje que William Miller proclamaba.

Acababa de escribir el cuarto volumen de El Conflicto de los Siglos. En mi mente estaba fresca la forma en la que fueron tratados esos hombres a los que el Señor suscitaba para que llevasen al mundo un mensaje de luz y verdad, y debido a que no coincidía con sus opiniones, los hombres cerraban sus ojos y oídos al mensaje enviado por Dios. ¿Qué efecto tuvo esa resistencia y oposición sobre aquellos a quienes Dios había dado luz para que brillara en medio de las tinieblas morales que se habían ido acumulando sobre la iglesia como sombra de muerte? ¿Cesaron en sus esfuerzos? No. El Señor había puesto sobre ellos la responsabilidad: "Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado" (Isa. 58:1).

El Señor estaba obrando, y debo ser fiel en hablar las palabras que Dios me da, aunque estaba pasando por la prueba más dolorosa de toda mi vida, ya que desde esa hora dejé de tener la confianza que hasta entonces había tenido de que Dios estaba dirigiendo y controlando las mentes y corazones de mis hermanos. Había sentido que al llegarme el llamado "La queremos en nuestra reunión, hermana White: se necesita su influencia", no debía consultar mi elección ni mis sentimientos, sino que me tendría en pie por la fe intentando hacer mi parte, y dejando que el Señor hiciese la obra que era esencial hacer. Ahora gravita sobre mí una carga más pesada. A partir de ahora debo mirar solamente a Dios, ya que no me atreveré a basarme en la sabiduría de mis hermanos. Veo que no siempre hacen de Dios su consejero, sino que miran en gran medida a los hombres que han colocado ante ellos en el lugar de Dios.

En la reunión de Battle Creek intenté aclarar mi posición, pero no obtuve ni una sola palabra de respuesta de los hombres que debieron alistarse conmigo. Afirmé que estuve prácticamente sola en Minneapolis. Estuve sola ante ellos en la Asociación, ya que la luz que Dios tuvo a bien darme fue que no estaban andando en el consejo de Dios. Ni uno solo se aventuró a decir: "Estoy con usted, hermana White. Puede contar con mi apoyo".

Después de la reunión [en Battle Creek] algunos me dieron un apretón de manos, diciéndome: "Estoy contento de haber asistido. Ha sido una total satisfacción. Nos llegaron tantos informes desde Minneapolis, y los que llegaron antes que usted nos hablaron sobre la posición que la hermana White tomó, y sobre lo que había dicho en ese encuentro, que pensábamos realmente que la hermana White debía ser una mujer cambiada; pero me siento feliz y agradecido por haber podido estar en esta reunión y oír de sus propios labios la verdad de la cuestión, que la hermana White no ha cambiado, que no ha cambiado el carácter de su testimonio. Reconocemos como hasta aquí el espíritu del Señor hablando a través de la hermana White".

Pero hubo un buen número que se aferró a sus suposiciones maliciosas y se atuvieron a los informes distorsionados que de mí se habían dado, como si tales informes fuesen demasiado preciosos para abandonarlos, a pesar de no disponer ni de un solo vestigio real que evidenciara que yo había cambiado. Les parecía preferible creer los informes falsos. Me siento profundamente apenada debido a que mis hermanos que me han conocido durante años y tienen evidencia del carácter de mi labor continúen en el engaño en el que estaban, y que más bien que confesar que se habían equivocado, se aferraron a esas mismas impresiones falsas como si fuesen verdad.

El sábado siguiente me invitaron a hablar en el tabernáculo, pero más tarde –debido a que era tan extendida la impresión de que yo había cambiado–, creo que el hermano lamentó un poco habérmelo pedido. El sábado por la mañana vinieron a visitarme dos ancianos, y uno de ellos me preguntó de qué iba a hablar. Les dije: ‘hermanos, eso dejádselo al Señor y a la hermana White, ya que ni el Señor ni la hermana White tienen necesidad de que los hermanos les dicten el tema que tienen que presentar ante ellos. En Battle Creek estoy en casa, estoy sobre el terreno que hemos labrado con el poder de Dios, y no pedimos permiso para tomar el púlpito en el tabernáculo. Lo tomé como mi legítima posición, según derecho que Dios me acordó. Pero está el hermano Jones, quien no puede sentir como yo, y que esperará una invitación de vuestra parte. Debéis cumplir vuestro deber al respecto, y abrirle el camino".

Los ancianos dijeron que no podían invitarle a hablar hasta no haber consultado con el hermano Smith, para saber si él lo aprobaría, ya que él tenía más edad que ellos. Dije: "Pues hacedlo de una vez, ya que el tiempo es precioso, y hay un mensaje que debe venir a este pueblo, y el Señor requiere de vosotros que despejéis el camino para que la luz llegue al pueblo de Dios".

Me siento libre de hablar al pueblo las palabras de vida. He sido fortalecida y bendecida por Dios. Pero pasaron los días y no llegaba ninguna invitación para que el pastor Jones presentara a la gran iglesia en Battle Creek el mensaje que Dios le había dado. Me dirigí a los ancianos de la iglesia y pregunté de nuevo si era su propósito dar al pastor Jones una oportunidad de hablar al pueblo. La respuesta fue: "He consultado al hermano Smith, y este ha decidido que no es conveniente invitarlo, puesto que ha tomado posiciones enérgicas, y ha llevado el tema de la reforma nacional demasiado lejos".

Sentí entonces revolverse mi espíritu, y llevé un testimonio muy explícito a esos hermanos. Les dije algo en cuanto a cómo se desarrollaron las cosas en Minneapolis, y definí la posición que había tomado, que el fariseísmo había estado a la obra, leudando el campamento aquí en Battle Creek, y que las Iglesias Adventistas del Séptimo Día sufrieron sus efectos; pero el Señor me ha dado un mensaje, y por la pluma y por la voz quisiera obrar hasta que esa levadura sea expulsada, e introducida otra nueva que es la gracia de Cristo.

Me confirmé en todo cuanto dije en Minneapolis: que tenía que producirse una reforma en las iglesias. Se deben efectuar reformas, ya que la debilidad y ceguera espirituales afectaron al pueblo que había sido bendecido con gran luz y preciosas oportunidades y privilegios. Como reformadores, tuvieron que salir de las iglesias denominacionales, pero ahora actúan de forma similar a como lo hicieron las iglesias. Esperamos que no haya necesidad de una nueva salida. Si bien lucharemos por mantener la "unidad del espíritu" en los lazos de la paz, no dejaremos de protestar mediante la pluma y la voz contra el fanatismo.

Vemos un pueblo al que Dios ha bendecido con luz y conocimiento avanzados, ¿se vanagloriará por su inteligencia el pueblo que ha sido así favorecido, y se enorgullecerá por su conocimiento? ¿Considerarán más conveniente confiar en su propia sabiduría antes que consultar a Dios, los hombres que deberían estar estrechamente relacionados con Él? Hay pastores que están hinchados, son autosuficientes, demasiado sabios como para buscar a Dios en oración y humildad con el ferviente afán de escudriñar las Escrituras diariamente en procura de mayor luz. Muchos cerrarán sus oídos al mensaje que Dios les envía, y los abrirán al engaño y la falsedad.
Me resultaba dolorosa la situación allí creada por tales sentimientos. Me esforcé con la pluma y la voz, haciendo todo cuanto estaba a mi alcance para cambiar ese orden de cosas. Los pastores de Michigan organizaron una reunión en Potterville. El hermano Van Horn me urgió a que asistiera. Lo hice con gusto, en la esperanza de que podría eliminarse el prejuicio. El Señor me dio de su Espíritu Santo en esa reunión. Parecía estar a mi mismo lado, y di libremente mi mensaje al pueblo. En esa ocasión, cuando estaban presentes solamente nuestros hermanos, en la reunión de la mañana, hablé llanamente, exponiendo la luz que al Señor había placido darme en forma de advertencias y reproches para su pueblo.

Al apoyarse en el hombre –al colocar tantas responsabilidades en un solo hombre, como si Dios no hubiese dado inteligencia, razonamiento y fortaleza espiritual a otros hombres para que llevaran responsabilidades– no hay solamente peligro de que se hagan débiles e ineficientes, sino que infligen un serio daño a aquel que tratan de ese modo. Los seres humanos no son capaces de soportar toda esa dependencia puesta sobre ellos. Es grande el peligro de poner la influencia humana en el lugar que debiera ocupar el Señor.

Rindiendo homenaje a los seres humanos, nuestros hermanos se separan de Dios. Pueden estimarse a ellos mismos, y estimar a otros con esa confianza que sólo al Señor de Israel debiera darse. El remedio para esas cosas es creer sinceramente la verdad de la Biblia, ateniéndose a las claras afirmaciones de las Escrituras. Los que ocupan posiciones de confianza, los que tienen influencia sobre otras mentes, están en gran necesidad de prestar atención a fin de que en sus puestos de confianza, no resulten ser agentes a través de los cuales el enemigo pueda obrar en detrimento de las almas. Si el hermano débil perece, la sangre de esa alma será requerida de vuestra mano.

¿Ha asignado Dios en su viña lugares a los hombres? Entonces úsense sus talentos y permítaseles aumentar en eficiencia, mediante la consagración del alma, cuerpo y espíritu a Dios. La mente debe ser puesta bajo control, sus poderes deben ser disciplinados y reforzados de igual manera que la capacidad física es regulada mediante el ejercicio apropiado. Advertí a nuestros pastores que ejercitasen todo músculo espiritual, haciendo progresar su talento e invirtiendo sus mejores habilidades en el servicio de Dios, ya que se me ha mostrado que sus reuniones especiales eran de escaso provecho debido a que carecían de esa conexión vital con Dios que habría permitido que los impresionara con su Espíritu Santo. Al no estar bajo el control del Espíritu de Dios, otro espíritu controlaba sus pensamientos, palabras y acciones, y en lugar de crecer en la gracia y el conocimiento de Jesucristo, vinieron a ser enanos en las cosas espirituales.
La obra de Dios se llevó a cabo de una forma liviana y caprichosa. Rodeaba sus almas una atmósfera que no era celestial, sino terrena, ordinaria y vulgar. En esa atmósfera no podía fortalecerse la espiritualidad, sino que se debilitaría. Hubo risas, guasa y chistes. Era evidente la falta de solemnidad, la falta de apreciación de lo sagrado de la obra. Hubo mucho de habladurías, pero poco de la mente de Cristo. Y por tanto tiempo como llevaron esa atmósfera con ellos, fueron mal empleados los dones y habilidades que Dios les había dado, y el enemigo los utilizó frecuentemente en su servicio. En su ceguera eran incapaces de discernir las cosas espirituales, y bajo la influencia del gran engañador tomarían la posición de oponerse a las cosas más sagradas de Dios.

Nunca se debe desafiar a seres humanos, ya que eso desagrada a Dios en gran manera. No deben existir camarillas que se unan en compañerismo impío para apoyarse mutuamente en caminos e ideas opuestos al Espíritu de Dios. Todas esas preferencias, esa ardiente adhesión por las personas, no cumplen la voluntad de Dios. Causa daño a todas las partes, ya que uno se supone obligado a apoyar a aquel a quien le unen lazos de amistad.

Pero considerad, mis hermanos, ¿es una unión santificada? Yo sé que no lo es. El poder ejercido sobre las mentes os lleva a mirar y a confiar en los demás más bien que a confiar en el Dios viviente. Os lleva a consultar a los otros, cuando debierais estar sobre vuestras rodillas suplicando a Dios, el poderoso Consejero. Os lleva a apoyar a los demás para encontrar cosas que podáis cuestionar e interpretar de forma que vuestra incredulidad resulte fortalecida. Aquello que alguien no habría pensado por sí mismo, lo provee otro con sus insinuaciones.

Afirmé que el curso seguido en Minneapolis fue de crueldad hacia el Espíritu de Dios; y aquellos que asistieron al encuentro y regresaron con el mismo espíritu con el que habían ido, y continuaron con una obra del mismo carácter que la de aquel encuentro y que la habida a partir de entonces, caerían en engaños mayores, a menos que cambiasen su espíritu y confesaran sus errores. Tropezarían, y no sabrían en lo que estaban tropezando. Les rogué que se detuvieran allí mismo donde estaban. Pero la posición del pastor Butler y del pastor Smith les influenciaron a no realizar ningún cambio, sino a permanecer en donde estaban. No hubo ninguna confesión. Finalizó la bendita reunión. Muchos fueron fortalecidos, pero la duda y las tinieblas envolvieron a algunos más que antes. El rocío y las lluvias de gracia del cielo que subyugaron muchos corazones, no enternecieron sus almas.

Yo seguí mi camino, volviendo a Battle Creek agotada y bendecida por el Señor. He repetido las entrevistas con mis hermanos, explicando mi posición y la obra para este tiempo.

Sentí que era mi deber ir a Des Moines, Iowa. Esperaba encontrarme con la mayoría de los pastores en ese Estado. Bajé del carro a punto de desfallecer, pero el Señor me fortaleció para llevar mi testimonio a los allí reunidos. Deseé poder dirigirme a toda la asamblea, ya que mi corazón estaba lleno del Espíritu de Dios, precisamente como en Minneapolis. El Espíritu del Señor vino a nuestras reuniones matinales, y se dieron numerosos testimonios humildes entre lágrimas. Diré, para gloria de Dios, que Él me sostuvo y que fueron tocados los corazones. Esperé ver cómo algunos de los que habían tomado parte activa en Minneapolis doblegaban sus orgullosas voluntades y buscaban al Señor de todo corazón. Creí que tal cosa sucedería, pero si bien el Señor obraba manifiestamente en los corazones, no se hizo ninguna confesión cabal. No cayeron sobre la Roca ni fueron quebrantados, de forma que el Señor pudiese colocar su molde sobre ellos. ¡Oh, si solamente hubiesen depuesto su orgullo; la luz y el amor de Dios habrían venido a sus corazones!

Está el hermano Leroy Nicola, a quien Dios ha bendecido con habilidad. Si su voluntad estuviese sujeta a la voluntad de Dios, cumpliría una obra que lo haría un instrumento de justicia; pero por tanto tiempo como acaricie las dudas, por tanto tiempo como se sienta libra para criticar, dejará de crecer espiritualmente. Será envuelto por las sombras oscuras, la incertidumbre y el desánimo tomarán posesión de la razón, y el que se siente demasiado orgulloso como para doblegar su voluntad resultará ser débil como un niño en valor moral, y a menudo casi desamparado. ¿Por qué no será sanado? No tiene la conciencia consoladora de tener el Espíritu y el favor de Dios. Está educando su mente en la duda y la crítica.

Cuánto anhelaba mi alma ver a esos pastores andando en las huellas de Jesús, siguiendo el camino que Él marcó, por abrupto y espinoso que este sea, pero con la seguridad de que Jesús lo ha recorrido antes que ellos y les ordenó seguir en sus pasos. Cuando la voluntad consiente en hacer tal cosa, cuando se crucifica el yo, entonces podrán afrontar todo deber con buen ánimo. ¡Qué gozo acompaña a todo lo que se comienza, se continúa y se finaliza en el nombre del Señor Dios de los ejércitos! Entonces podrán correr sin agotarse, andar sin desfallecer. Perplejos ante los caminos y las obras de Dios, pesando sobre ellos una nube de incertidumbre, y a menudo penosamente chasqueados y casi a punto de claudicar, no tienen sino una escasa conciencia de la presencia de Dios, y son vacilantes y faltos de determinación.

Oh, qué bendito privilegio el sabernos totalmente sometidos a la voluntad de Dios, saber que estamos andando en todo momento en la luz de su faz, prestando oído a las palabras que Él nos dirija, y sin aventurarnos a dar un paso que no sea en su consejo y dirección. Que el Señor pueda influir en las mentes de esos hermanos por su Espíritu Santo, y que las densas tinieblas que han nublado sus mentes y atrapado sus almas puedan disiparse, y que el Sol de justicia salga en sus corazones, trayendo salud en sus rayos.

Me fui de Des Moines esperando y orando para que esos hombres en posiciones de responsabilidad fuesen totalmente transformados por la gracia de Cristo, a fin de que sus labores no fuesen en vano en el Señor. Me chasqueó que no se hiciera ninguna mención del encuentro de Minneapolis, que no hubiera ninguna palabra de retractamiento por el curso de acción que allí se siguió. En la reunión de Des Moines fui invitada, mediante una votación, a asistir a su Asamblea. Les dije que si estaba en el camino de mi deber, si yo estaba de ese lado de las Montañas Rocosas, complacería gustosa su petición. Pero después de muchos meses, no recibí ninguna noticia de ellos, ni una palabra expresando su deseo de que fuese.

Les escribí en el encuentro de Kansas, diciéndoles que me había chasqueado su falta de noticias, tras la positiva reunión que habíamos tenido en Iowa. El trabajo me había agotado. Mi corazón había sufrido tan agudamente desde que abandoné California, al pasar por la prueba de ver a mis hermanos en la condición espiritual en la que estaban, que cada noche tenía el sentimiento de que a la mañana siguiente no estaría viva; sin embargo, no podía abandonar mis labores de reprender, de permanecer firmemente por lo que sabía que era correcto.

Pregunté a mis hermanos en Iowa si consideraban que era su deber contrarrestar mis labores en caso de que asistiese a su encuentro llevando el mensaje que Dios me diese, y éste no coincidiese con sus ideas. Si pensaban de esa forma, no podía hacerles ningún bien. Hubo cartas que me urgieron a ir a Williamsport [Pennsilvania, 1889]. Les había prometido que asistiría a su encuentro campestre, pero ignoraba que esas reuniones estaban previstas para la misma fecha. Debí elegir a cuál de los dos encuentros iría.

Puesto que no me llegó ni una sola palabra de Iowa, no me quedaba otro remedio que asumir que se había producido un cambio en sus sentimientos, y decidí que no podía ser mi deber el colocarme en la atmósfera de resistencia, duda y oposición mientras que había ruegos urgentes para que asistiese a encuentros de aquellos que recibirían el testimonio que Dios me dio y lo aprovecharían, al no haberse colocado en una atmósfera de incredulidad y orgullosa resistencia a la luz que Dios había permitido que brillase sobre ellos. No puedo creer que sea la voluntad de mi Padre celestial el que agote mis fuerzas y sostenga las cargas cuando aquellos por quienes trabajo no sienten la responsabilidad de levantarlas conmigo, sino que se sienten libres para criticar si creen que pueden hacerlo. Debemos procurar usar siempre nuestra habilidad allí donde pueda hacer el mayor bien, allí donde las almas sientan su necesidad y estén deseosas de ayuda.

Oh, cuán interesado está el universo celestial, ocupado en ver cuántos siervos fieles están llevando los pecados del pueblo en sus corazones y afligiendo sus almas; ver cuántos son colaboradores de Jesucristo para ser reparadores de la brecha abierta por el maligno, y restauradores de las calzadas que otros han tenido a bien arruinar. Se debe restaurar el camino de la fe y la justicia. Nuestra salvación no se construye sobre obras de justicia que nosotros hayamos hecho, sino sobre la gracia y el amor de Dios. Podemos juntar todas las obras de nuestra propia justicia, y resultarán no ser más que arenas movedizas. No podemos basarnos en ellas.

Es el propósito de Dios el que podamos ser educados mediante la experiencia providencial, y que tengamos el hábito de aprender, edificando firmemente sobre Jesucristo, el único fundamento seguro que resistirá en pie por siempre. Solamente la sangre de Jesucristo puede hacer expiación por nuestras transgresiones. Debemos reclamar su justicia por una fe viviente, y depender de Él y morar en Él solamente. Debemos sentir siempre nuestra continua dependencia de Dios. Eso disipará nuestra autosuficiencia, nuestro orgullo y vanidad.

[Nota marginal de E.G.W: "Carta al pastor Butler para después de la semana de oración (15-22 de diciembre)". Ver Carta 18, 1888, escrita el 11 de diciembre a G.I. Butler]

Este extracto de una carta escrita al hermano Butler expresaba el ferviente deseo de mi alma en favor de él, pero la respuesta que recibí de esa carta apenó mi corazón, ya que supe que no había comprendido la obra que Dios me ha dado para hacer, como tampoco el espíritu que motivó la respuesta a esa carta.

El hermano Ballenguer se había encontrado en gran angustia mental. Estaba casi desesperado, y solicitó entrevistarse conmigo, pero yo estaba ocupada en otras labores y no pude atenderle en aquella ocasión. Intentó concertar una entrevista con sus hermanos, pero no le fue posible, y entonces decidió que no había auxilio para él fuera de Dios. Comenzó a ver que sin Él su situación era la desnudez espiritual y se hallaba en la oscura media noche de la desesperación. Acudió al querido Salvador, tal como Él le invitaba a hacer: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar". Vio al Señor con ferviente determinación, y comprobó que Jesús estaba a su lado. Le fueron presentadas la muerte expiatoria y la propiciación suficiente. Se aferró a Cristo mediante una fe viviente, y la nube se disipó, siendo vestido de la justicia de Cristo.

Acudió a la reunión lleno de paz y esperanza, ya que el Señor había puesto una canción nueva en su corazón, una alabanza a nuestro Dios. Confesó entonces la gran falta de espiritualidad que había caracterizado su trabajo, y cómo había recibido una comprensión de Jesús y de su amor, que serían desde entonces el tema de su obra.

Tras la primera semana, todas nuestras reuniones estuvieron caracterizadas por experiencias como la citada. Un hermano dio testimonio de haber sido un guardador del sábado por muchos años, pero había sentido una gran falta de fe en Jesucristo. La frialdad y la falta del amor de Dios y de fervor espiritual le habían desanimado. Había acudido a otras denominaciones en busca de aquello por lo que su alma estaba hambrienta, pero halló mayor escasez en ellas que entre los Adventistas del Séptimo Día. Afirmó que en esa reunión había oído exactamente la verdad que su alma anhelaba. ‘Esa –dijo– es la verdad. Verdad presente. La acepto. Y de la misma forma en que me aparté de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, quiero ahora unirme de corazón y alma con vosotros’.

Durante la semana de oración en Battle Creek [del 15 al 22 de diciembre] trabajamos con fervor, predicando en el Sanatorio temprano por la mañana, y en la capilla de la administración a los obreros de la oficina, así como en el Tabernáculo. Tuve razones para alabar a Dios por haberme dado fuerzas para esa obra. A veces reposaba sobre mí el poder de Dios en gran medida. En ocasiones, mientras estaba hablando, parecía que las realidades invisibles del mundo eterno se desplegaban ante mi vista, y sé que el Señor estaba hablando a su pueblo a través de mí. No me atribuyo mérito alguno. Todo vino de Dios, absolutamente todo, y el Espíritu de Dios reposó sobre la congregación. Me alegré de ello por causa del pueblo, ya que sabía que los que habían estado dudando, tenían evidencia para su fe, si sus corazones estaban abiertos a recibir la impresión del Espíritu de Dios.

Deseaba que aquellos que habían considerado una virtud el cerrarse a la luz y la evidencia, reconocieran las influencias del Espíritu de Dios, arrojasen su incredulidad, y viniesen a la luz. Sabía que a menos que hiciesen tal cosa su camino se volvería más tenebroso, ya que la luz que no se confiesa, reconoce y aprovecha, se vuelve tinieblas para quienes rehusan recibirla y andar en ella. Hasta la tardía hora actual hay almas aún en tinieblas, que no saben dónde tropiezan. Y ahora será mucho más dificultoso para ellos el dar marcha atrás y reunir los rayos de luz que han desdeñado con escarnio, y reconocer la luz que Dios les dio en su gracia, a fin de sanarles de sus enfermedades espirituales.

El primer paso dado en la senda de la incredulidad y el rechazo de la luz es algo peligroso, y la única forma en la que pueden recuperarse de las trampas de Satanás los que han dado tal paso, es aceptar aquello que el Señor les envió, y que rehusaron recibir. Eso será humillante para el alma, pero será para su salvación. Dios no puede ser burlado. No va a quitar toda ocasión para dudar, sin embargo, dará suficiente evidencia sobre la que basar la fe.

Si mis hermanos hubiesen sentido sus propias debilidades, su propia incapacidad, y no las hubiesen perdido nunca de vista, habrían humillado sus corazones ante Dios, confesado sus errores, y venido a la luz y libertad. ¿Estamos prontos a jactarnos con orgullo de ser ricos y estar enriquecidos, y no tener necesidad de nada? Eso se ha hecho, y se sigue haciendo aún. Se oye la voz del Testigo verdadero: "Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío, o caliente! Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo" (Apoc. 3:15-17). Toda esa jactancia es vana. Cristo ve el interior mismo del alma, y nos dice precisamente aquello que somos, y lo que debemos ser a fin de ser salvos.

El mensaje que se dio al pueblo en esas reuniones presentaba con contornos claros, no sólo los mandamientos de Dios –una parte del mensaje del tercer ángel–, sino también la fe de Jesús, que abarca más de lo que generalmente se supone. Y será bueno que se proclame el mensaje del tercer ángel en todas sus partes, ya que el pueblo necesita cada jota y cada tilde de él. Si proclamamos los mandamientos de Dios y dejamos la otra mitad apenas tocada, el mensaje se corrompe en nuestras manos.

Se presentaron ante el pueblo verdad y luz preciosas, pero los corazones obstinados no recibieron bendición. No podían gozarse en la luz que, de haber sido aceptada, habría llevado a sus almas libertad, paz, fortaleza, ánimo y gozo.

Las bendiciones de esa semana de oración se extendieron a través de la iglesia. Se hicieron confesiones. Los que habían robado a Dios en los diezmos y ofrendas confesaron su mal e hicieron restitución, y muchos que nunca antes habían sentido que Dios perdonaba sus pecados, fueron bendecidos por Él. Todos esos frutos preciosos evidenciaron la obra de Dios, y no obstante, los que habían puesto sus pies en el camino de la duda y la incredulidad no se retractaron confesando sus errores y viniendo a la luz. Dios estaba a la obra, pero aquellos que habían estado siguiendo los caminos de su propio designio, contrarios a la palabra de Dios, contrarios a su voluntad, lejos de someter sus voluntades y gustos, y de permitir que sus corazones se deshicieran en agradecimiento, se sintieron más confirmados y determinados a resistir. ¿Qué nombre le daremos a ese elemento? Es rebelión, como en los días de Israel, cuando querían seguir obstinadamente su propio camino, en lugar de someterse al camino y la voluntad de Dios.

Tenemos el ejemplo de los hijos de Israel a modo de advertencia. El Señor obró en nuestro medio, pero algunos no recibieron la bendición. Tuvieron el privilegio de escuchar la más fiel predicación del evangelio, y oyeron con sus corazones bloqueados, el mensaje que Dios había dado a sus siervos para que estos predicasen. No se volvieron al Señor de todo su corazón y alma, sino que emplearon todas sus capacidades para buscar defectos en los mensajeros y en el mensaje, y entristecieron al Espíritu de Dios, mientras que aquellos que recibían el mensaje se deleitaban en la presentación de los dones gratuitos de Jesucristo.

El Señor no impone a nadie sus bendiciones por la fuerza. Habrá quienes permanezcan en resistencia hacia la luz y que lo mismo que los Judíos, dirán: ‘Haz un milagro, y creeremos. Si ese es el mensaje de Dios, ¿por qué no curan a los enfermos, y entonces creeremos?’. Otros pueden comprender realmente que han tenido lugar milagros mucho mayores que curar enfermedades del cuerpo. ¿No ha tomado acaso el divino poder de Dios corazones endurecidos como el acero, y los ha subyugado y enternecido, de manera que viniesen a ser como niños? Ante la luz verdadera, su religión legal se reveló como lo que es: algo inservible.

Los sentimientos religiosos de muchos eran más de carácter natural que espiritual, y aunque intentaban hallar satisfacción, encontraron inquietud, frialdad, tinieblas y falta de Cristo. Permanecieron en la ignorancia en lo referente a su situación ante Dios, en la ignorancia respecto del conocimiento adquirido por experiencia acerca de la obra de nuestro Mediador e Intercesor. Cuando por fe se aferraron a Cristo, sus corazones resultaron contritos y quebrantados. Cristo se formó en ellos, la esperanza de gloria. Eso lo fue todo para ellos. Fue la inteligencia de lo que constituía el misterio de la bondad. Tiene lugar el milagro. El Señor y su Espíritu irrumpieron en el alma. La vida y el gozo tomaron posesión del corazón. Cuán sensible es el alma a la falta de ellos. Todas las cosas están descubiertas ante Aquel a quien tenemos que dar cuenta.

Pero todos los que cierran sus ojos a la evidencia que a Dios ha placido dar –tal como hicieron los judíos–, y piden milagros, serán pasados de largo. Las evidencias que rehusaron recibir, las recibirán otros, y otros recibirán las bendiciones que Dios puso a su alcance, pero que ellos rechazaron porque eran orgullosos, autosuficientes y justos en su opinión.

Damos gracias a Dios por cada partícula de su amor y su gracia. Alabaremos a Dios y cobraremos ánimo. No nos pararemos a criticar. No daremos la espalda a los dones celestiales ni nos sentaremos en juicio para condenar los caminos del Señor, ni la forma de obrar de Dios, por el hecho de que otros así lo quieran hacer. No tienen razón para decir las cosas que dicen, ni razón para resistir al Espíritu de Dios.

Jesús reconvino a sus discípulos por su incredulidad. La incredulidad es la ocasión para todo pecado, y es el vínculo de la iniquidad. Su obra es convertir en escarpado lo que era recto. La fe es la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven. Cuando nos volvemos como niños, sentándonos a los pies de Jesús, aprendiendo de Él la negación del yo, y lo que es vivir por la fe en toda palabra de Dios, entonces el alma encuentra paz y descanso.

Se pronuncia un ¡Ay! sobre toda esa incredulidad y espíritu de crítica como el revelado en Minneapolis y como el revelado en Battle Creek. Por sus frutos los conoceréis. La evidencia de que Dios estaba a la obra a cada paso, no ha cambiado la manifiesta actitud de aquellos que en el mismo principio siguieron un curso de incredulidad que resultaba ofensivo a Dios. Por medio de esa barrera que ellos mismos habían erigido –como los Judíos–, iban a la búsqueda de algo con lo que reforzar su incredulidad y hacer ver que estaban en lo recto. De esa manera, no podían beber de la gran salvación que el Señor les ofrecía. Rehusaron las riquezas de la gracia divina. La benignidad de Dios, su bondad, así como su amor y maravillosa paciencia, no han quebrantado sus corazones porque no han mirado hacia allí, ni apreciado esos favores. Dejo expuestas abiertamente esas cosas ante todos, puesto que conozco su peligro. He trabajado fervientemente con un fin: el bien de las almas y la gloria de Dios.

Cuando vemos a los hombres por convencer y por convertir, a pesar de las claras evidencias que Dios ha dado, estamos seguros de que no verán mayor evidencia. Pensé en otra cosa que podía hacer: dar un testimonio y presentar principios generales ante los que plantean dudas y cuestiones, en la esperanza de que eso pudiese hacer que algunos viesen las cosas en la debida luz. Sé que ha tenido influencia sobre muchas mentes, pero parece no ser de ninguna ayuda para otros. Están prestos a poner trabas, en lugar de disponerse a empujar el carro por la cuesta.

No he dejado nada por hacer, de lo que tuviese evidencia que era mi deber efectuar. Y en lo concerniente a Battle Creek, no puedo hacer más de lo que he hecho. Los que no se han unido a mí y a los mensajeros de Dios en esta obra, sino que su influencia ha servido para crear duda e incredulidad, yo no los juzgo. Cada partícula de influencia que se ha ejercido en favor del enemigo será remunerada de acuerdo con sus consecuencias. Dios estaba obrando conmigo al presentar al pueblo un mensaje sobre la fe de Jesús y la justicia de Cristo. Los hay que no han trabajado en armonía, sino en el camino de contrarrestar la obra que Dios me ha encomendado. Debo dejarlos con el Señor.

Asistimos a encuentros en South Lancaster [11-22 de enero de 1889], y hubo buenos frutos. Tuvimos el mismo espíritu y poder que asistió a los mensajes del primer y segundo ángeles. Ya os informé sobre esos encuentros. El Señor obró sobre todos los corazones, y muchos pudieron decir: ‘El Señor ha puesto una nueva canción en mis labios, el incomparable amor de Jesús’. Se expusieron sus excelencias ante los ojos de la mente, y las almas comenzaron a ver los encantos en Jesús. Pudieron hablar de su amor y contar de su poder. El Sol de justicia nacía en los corazones de casi todos los presentes. Muchos se arrepintieron celosamente de su tibieza, y aceptaron la invitación del [divino] Mercader: "Te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego" y "vestiduras bancas" y "colirio". Su testimonio fue: ‘He encontrado la Perla de gran precio’. Fueron impresionados los corazones, se confesaron males ante incrédulos y creyentes, y se hizo restitución por ellos.

Preguntamos, como preguntó Cristo a los Judíos: La predicación de ese mensaje, ¿es del cielo, o es de abajo? Jesús se gozó en el espíritu al ver convictos y convertidos a la verdad a hombres que no habían tenido las continuas oportunidades y privilegios que habían tenido los Judíos. Dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, que hayas escondido estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las hayas revelado a los niños" (Mat. 11:25). El Señor se gozó en que el plan de la salvación fuese tan sencillo que un niño en su simplicidad pudiese entenderlo, mientras que aquellos que no eran espirituales, humildes y dispuestos a aprender, aquellos que estaban hinchados en su propio engreimiento, no pudieron ver la belleza del evangelio, ya que se la discierne espiritualmente. Pero todos los que son sinceros, dispuestos a aprender, los que son como niños, los que desean conocer la verdad, verán y reconocerán la revelación del poder de Dios.

Sus siervos han dado fervientes discursos en el poder y Espíritu de Dios, sobre la esperanza que nos es propuesta en el evangelio. Se han presentado el amor de Jesús y la justicia de Cristo. Al ser tan claramente expuestos, la mente los acepta por fe. Para muchos que habían sido cristianos desde hacía tiempo, han venido como una nueva revelación. "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna". ¡Eso sí que es alimento a tiempo, donde lo haya!

Los Judíos miraban a un Salvador velado, que nunca habían contemplado sin velo, y muchos incluso de los que se tienen por el pueblo de Dios guardador de sus mandamientos están mirando a un Salvador velado. Han pensado tan poco en el gran plan de la redención, en el sacrificio expiatorio, y en la verdad de que solamente mediante el derramamiento de la sangre del Salvador pudieron los ángeles proclamar paz en la tierra y buena voluntad a los hombres. Hablad de eso. Orad por ello. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados. ¿Por qué entonces, no mantenerse en la necesidad de la fe en la sangre de Jesucristo?

Se cuenta que Wilberforce llevó consigo en cierta ocasión al gran estadista Pitt, a oír la predicación del célebre Mr. Scott. El tema del predicador era la forma en la que un pecador puede ser salvo, y lo presentó con gran claridad, celo y fervor. Cuando finalizó el sermón, alguien preguntó a Scott qué le había parecido, a lo que respondió: ‘No veo qué pretendía el predicador’. Las cosas espirituales deben discernirse espiritualmente. Las cosas del Espíritu, la predicación de la cruz, es "locura para los que se pierden; mas a los que se salvan, es a saber, a nosotros, es potencia de Dios".

Visitamos Washington D.C. [del 24 al 31 de enero de 1889], trabajamos allí, y vimos los mismos frutos asistiendo al mensaje. Sentimos agradecimiento a Dios por las evidencias de su rica gracia. Visitamos Illinois, y vimos allí la obra de Dios. Su Espíritu fue derramado en rica medida. Incluyo aquí una carta que escribí mientras estaba en aquel encuentro. (Insertar carta a W.C. White).

No continuaré con este relato, pero diré de una forma muy imperfecta [que] la ley dirige a Cristo y Cristo dirige a la ley. Debido a que el hombre ha quebrantado la ley, el tiempo en el que vivimos es un tiempo en el que la ley de Dios ha sido casi universalmente anulada. Cuán pocos se dan cuenta de su responsabilidad personal ante Dios. El poder de la libre decisión, de la acción independiente, nos puede producir terror. Dios habla. ¿Qué dice? Dice: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento; y a tu prójimo como a ti mismo… haz esto, y vivirás" (Luc. 10:27,28).

Es imposible que comprendamos la extraordinariamente abarcante naturaleza de la ley de Dios, a menos que veamos a Cristo en la cruz del Calvario, el sacrificio expiatorio. Por la ley es el conocimiento del pecado. La ley moral de Dios es el detector del pecado, y ¿cómo podemos tener un conocimiento inteligente de lo que constituye el pecado, a menos que conozcamos la norma moral de justicia de Dios? El que posee la plenitud de las concepciones del sacrificio infinito de Cristo por los pecados del mundo, y por la fe se aferra y se apropia de la justicia de Cristo como siendo su justicia, pude ver la santidad, la belleza, y gloria de la ley de Dios, y exclamar con David: "¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación" (Sal. 119:97).

La ley de Dios alcanza tanto a las acciones internas de los hombres como a las externas. Discierne los pensamientos, los intentos y los propósitos del alma. Un hombre puede ser culpable de pecados que solamente Dios conoce. La ley de Dios es realmente un escrutinador de los corazones. Hay oscuras pasiones de celos, venganza, odio y malignidad, codicia y ambición desmedida que están ocultas a la observación del hombre, y el gran "Yo soy" las conoce todas ellas. Se han acariciado pecados que sin embargo no se han llevado a cabo por falta de oportunidad. La ley de Dios los registra todos ellos. Esos pecados ocultos, secretos, forman el carácter.

La ley de Dios condena no solamente lo que hemos hecho, sino lo que dejamos de hacer. En el día del ajuste final de cuentas nos encontraremos el registro de los pecados de omisión, tanto como los de comisión. Dios traerá toda obra a juicio, incluyendo toda cosa oculta. No basta que por vuestra personal valoración del carácter demostréis que no habéis hecho un mal manifiesto. El hecho de que uno no haya hecho el bien manifiesto bastará para condenarlo como siervo malo e inicuo.

Por las obras de la ley ninguna carne será justificada. En la ley no hay poder para salvar al transgresor de la ley. Si el hombre, después de su transgresión, hubiese podido ser salvo por su esfuerzo supremo para guardar la ley, entonces Jesús no hubiese necesitado morir. El hombre hubiese podido tenerse en sus propios méritos y decir: ‘Soy impecable’. Dios nunca rebajará la ley a la altura de la norma humana, y el hombre no puede jamás elevarse a sí mismo para responder a las demandas de perfección de la ley. Pero Cristo viene a este mundo y paga la deuda del pecador, sufre la penalidad por la transgresión de la ley, y satisface la justicia, y ahora el pecador puede demandar la justicia de Cristo. "Donde se agrandó el pecado, tanto más sobreabundó la gracia" (Rom. 5:20).

Pero la gracia no viene para excusar al pecador en la continuación del pecado. La gracia de Dios no deshace la ley, sino que la establece como inmutable en su carácter. Aquí "la misericordia y la verdad se encontraron: la justicia y la paz se besaron" (Sal. 85:10). Dios mira a su Hijo muriendo en la cruz y queda satisfecho, y Jesús es llamado "Jehová, justicia nuestra". Por lo tanto, que el pecador se apropie por la fe de los méritos de la sangre de un Redentor crucificado en su propio favor, [y diga]: "Jehová, justicia mía".

El Señor no se complace en tener hombres que confían en su propia habilidad o buenas obras, o en una religión legal; sino en Dios, el Dios viviente. El mensaje actual que Dios ha encargado a sus siervos que den al pueblo no es algo nuevo o novedoso. Es una antigua verdad que se había perdido de vista, a medida que Satanás hizo sus esfuerzos maestros a ese fin. El Señor tiene una obra para cada uno de su pueblo leal, para situar la fe de Jesús en el lugar que le corresponde por derecho: en el mensaje del tercer ángel. La ley tiene su posición importante, pero es impotente, a menos que la justicia de Cristo sea puesta al lado de la ley para dar su gloria a la plena norma real de justicia. "De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, y justo, y bueno" (Rom. 7:12).

Una cabal y completa confianza en Jesús proporcionará a la experiencia religiosa la debida cualidad. Sin eso, la experiencia no significa nada. El servicio es como la ofrenda de Caín: vacío de Cristo. Dios es glorificado por una fe viviente en un Salvador personal, un Salvador totalmente suficiente. La fe ve a Cristo como lo que es: la única esperanza del pecador. La fe se aferra a Cristo, confía en Él. Dice: ‘Cristo me ama; murió por mí. Acepto el sacrificio, y Cristo no habrá muerto en vano por lo que a mí respecta’.

No solamente han perdido mucho nuestras propias almas sino que como pastores hemos descuidado la parte más solemne de nuestra obra al no mantenernos en la sangre de Jesucristo como la única esperanza de vida eterna para el pecador. Contad la historia de Cristo renunciando a la gloria del cielo y viniendo a nuestro mundo, practicando la negación del yo y el sacrificio propio, apelando a todos a que viniesen a Él y aprendiesen de Él, quien es manso y humilde de corazón, y prometiendo que hallarían descanso para sus almas, si querían llevar su yugo y sostener su carga. ¡Oh, cuántos desecharían sus falsos asideros, su satisfacción y estima propios! Dios no aceptará nada de vosotros que no sea a Jesús morando en vosotros; solamente Cristo; Cristo el todo y en todos.

La conversión de las almas se ha vuelto misteriosa y complicada. Oh, decid a los pecadores: ‘Mirad y vivid’. Estudiad a Cristo y llevadlo a la práctica. "Tu benignidad me ha acrecentado", dijo David (Sal. 18:35). Abrid simplemente la puerta y permitid que Jesús entre: Él morará en el templo del alma, y podemos morar en Cristo y regocijarnos en su amor.

La religión de la Biblia no consiste en sistemas teológicos, credos, teorías y tradición, ya que en ese caso no sería ningún misterio. El mundo la comprendería mediante sus propias habilidades naturales. La religión –por el contrario–, la religión de la Biblia, posee energía salvadora práctica, elementos que proceden enteramente de Dios: una experiencia personal del poder de Dios transformando en su totalidad al hombre.

Muchos ignoran el engaño que camufla la falsedad como si fuese verdad. Sostienen ideas de que el hombre puede ser salvo por su propio mérito. Entre nosotros se ha introducido una falsa religión, una religión legal. No quedaremos en silencio. Se debe despertar la iglesia. Si procuramos auditorios en las ciudades y distribuimos folletos, la gente será iluminada. Dios ha enviado un mensaje de advertencia. Debemos batallar presto con los poderes de la tierra, y tenemos toda razón para temer que la falsedad gane la supremacía. Haremos un llamamiento a nuestras iglesias en el nombre del Señor para ver esa lucha en su verdadera luz. Se trata de un conflicto entre el cristianismo del Antiguo y Nuevo Testamentos, y el cristianismo de la tradición humana y las fábulas corruptas.

En esa contienda se ha de decidir si el puro evangelio hallará cabida en nuestra nación, o si el papado de años pasados recibirá la amistosa mano derecha de los protestantes, y ese poder prevalecerá para restringir la libertad religiosa. La batalla se cierne ante nosotros. Llevamos años de retraso, y no obstante hombres en posiciones de responsabilidad retendrán en su ceguera la llave del conocimiento, rehusando entrar ellos mismos, e impidiendo a aquellos que entrarían. El mensaje debe difundirse, a fin de que aquellos que han estado imperceptiblemente alternando con el papado sin saber lo que hacían, puedan oír. Están confraternizando con el papado mediante compromisos y concesiones que sorprenden a los propios del bando papal. Pero esperemos que no sea aún demasiado tarde para hacer una obra que nuestro pueblo debió hacer años atrás.

Dios tiene hijos, muchos de ellos, en las iglesias protestantes, y una gran cantidad en las iglesias Católicas, que son más fieles en obedecer la luz según su mejor conocimiento, que muchos entre los Adventistas guardadores del sábado que no andan en la luz. El Señor hará que se proclame el mensaje de verdad, a fin de que los protestantes sean advertidos y despertados al verdadero estado de las cosas, y consideren el valor de los privilegios de la libertad religiosa que por tanto tiempo han disfrutado.

Esta tierra ha sido el hogar de los oprimidos, el heraldo de la libertad de conciencia, y el gran centro de la luz de las Escrituras. Dios ha enviado mensajeros que han estudiado sus Biblias en busca de la verdad, y han estudiado los movimientos de quienes están desempeñando una parte en el cumplimiento de la profecía al proponer la enmienda religiosa que anula la ley de Dios, propiciando así la influencia creciente al hombre de pecado. ¿Y no se habrá de levantar ninguna voz con la advertencia franca, a fin de que las iglesias despierten al peligro? ¿Permitiremos que las cosas sigan su curso y que Satanás obtenga la victoria, sin protestar? Dios no lo permita.

El Señor comprende la presión ejercida sobre aquellos que le son leales y fieles, ya que Él sintió lo mismo en grado superlativo. Los que en la Reforma testimoniaron mediante una confesión fiel a fin de que la verdad resultase vindicada, no consideraron sus vidas como algo precioso. Dios y los ángeles están mirando como testigos desde sus santas moradas, y señalando el fervor y el celo de los defensores de la verdad en este tiempo. ¿Qué es lo que defienden? La fe que una vez fue dada a los santos. Por lo tanto, que el mensaje vaya a toda nación, lengua y pueblo.

Hermanos, quitaos de en medio del camino. No os interpongáis entre Dios y su obra. Si no sentís la responsabilidad del mensaje por vosotros mismos, entonces allanad el camino a quienes tienen la responsabilidad del mensaje, pues hay muchas almas que han de venir de las filas del mundo, de las iglesias –incluso de la Católica–, cuyo celo excederá en mucho el de aquellos que han estado en las filas para proclamar la verdad hasta aquí. Es por ello que los obreros de la undécima hora recibirán su salario. Verán venir la batalla, y darán a la trompeta un sonido certero. Cuando la crisis esté sobre nosotros, cuando venga el turno de las calamidades, pasarán al frente ceñidos con toda la armadura de Dios y exaltarán su ley, se adherirán a la fe de Jesús y sostendrán la causa de la libertad religiosa que los Reformadores defendieron con penoso esfuerzo, sacrificando sus vidas por ella.

El centinela debe hacer sonar la alarma. Si los hombres están acomodados en Sión, alguien tiene que estar despierto para dar un sonido certero a la trompeta. Que los destellos de la luz del faro se vean por doquier. Que los amantes de lo fácil despierten, que los tranquilos sean conturbados y trabajen por la libertad religiosa. Y después de haber hecho todo lo que esté a nuestro alcance, entonces dejemos que el Señor haga su obra.

Finalmente hubo una apertura hacia el hermano Jones, pero no fue nada placentero disputar cada centímetro en busca de privilegios y posibilidades para traer la verdad ante el pueblo. El mensaje presentado tuvo un efecto maravilloso sobre aquellos que lo aceptaron. Hubo muchos que no eran de nuestra fe, que fueron profundamente motivados a hacer algo, y hacerlo ahora, en la lucha por la libertad religiosa. Muchos fueron despertados en cuanto a lo que significa esa enmienda religiosa: oponerse a un "Así dice Jehová: el séptimo día es sábado al Señor tu Dios". Se presenta un falso sábado para legislarlo mediante el poder, obligando a la observancia de un sábado que Dios no ha dado al hombre.

Las persecuciones de los Protestantes, de manos del Romanismo, por las que la religión de Jesucristo fue casi exterminada, serán más que revitalizadas cuando el Protestantismo y el Papado se combinen. Las páginas más oscuras de la historia se abrirán en ese gran día cuando sea ya demasiado tarde para corregir los errores. Registrados en el libro figuran crímenes cometidos debido a diferencias religiosas. No ignoramos la historia. Europa fue sacudida como por un terremoto cuando una iglesia, exaltada de orgullo y vanidad, presuntuosa y despótica, entregó a la condenación y muerte a todos los que osaron pensar por sí mismos, y que se aventuraron a hacer de la Biblia el fundamento de su fe.

Nuestra propia tierra ha de convertirse en el campo de batalla sobre el que se luchará la contienda por la libertad religiosa para adorar a Dios de acuerdo con los dictados de nuestra propia conciencia. Entonces ¿somos incapaces de discernir la obra del enemigo al mantener durmiendo a los hombres que deberían despertar, a aquellos cuya influencia no debiera ser neutral, sino estar total y enteramente del lado del Señor? ¿Clamarán hoy los hombres ‘Paz y seguridad’, cuando la destrucción repentina está por sobrevenir al mundo, cuando la ira de Dios está a punto de ser derramada?

Y ¿se manifestará en el pueblo de Dios el mismo espíritu que se condenó en las denominaciones, debido a que hay una diferencia de comprensión en diversos puntos que no son cuestiones vitales? ¿Se acariciará el mismo espíritu, en cualquier forma, entre los Adventistas del Séptimo Día: el enfriamiento de la amistad, el retirar la confianza, la tergiversación de los motivos, los esfuerzos por retorcer y ridiculizar a aquellos que difieren sinceramente de ellos en sus puntos de vista? En la experiencia de mis últimas semanas he aprendido cuán poca confianza puede ponerse en el hombre, ya que se deberán enfrentar esas cosas. La separación y la amargura evidencian que si es posible, Satanás engañará hasta a aquellos que pretenden creer la verdad para este tiempo, mostrando que están en necesidad de estudiar el carácter de la religión pura y sin contaminación. Dios impida que Satanás haga eso.

La bondad que presenta el evangelio nuca lleva espinas y cardos. Nunca, debido a que todos no ven las cosas exactamente igual, rompe los más estrechos lazos de asociación, dividiendo a aquellos que han sido de una fe, de un corazón. Pero una diferencia en la aplicación de unos pocos pasajes de la Escritura hace que los hombres olviden sus principios religiosos. Los elementos se acumulan, excitando a unos contra otros, mediante las pasiones humanas, para tratar en forma áspera y denunciatoria todo lo que no cuadra con sus ideas. Eso no es cristiano, sino que procede de otro espíritu.Y Satanás está haciendo su máximo esfuerzo a fin de que los que creen la verdad actual estén engañados en ese punto, ya que ha lanzado su trampa para vencerlos, a fin de que los que han aceptado la verdad impopular, que han tenido gran luz y grandes privilegios, participen del espíritu que impregna al mundo. Incluso si lo es en menor grado, es el mismo principio que al tener poder para controlar las mentes, lleva a resultados ciertos. Hay orgullo de opinión, hay terquedad que apartan el alma del bien y de Dios. Las advertencias se han tratado con escarnio, se ha resistido la gracia, se ha abusado de los privilegios, se ha sofocado la convicción, y se ha fortalecido el orgullo del corazón humano. El resultado es el mismo que con los Judíos: una fatal dureza del corazón. No es seguro para el alma levantarse contra los mensajes de Dios. Todos los que están manejando la verdad sagrada no son más que hombres mortales.

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